El tiempo y lo imaginario



Albert Béguin –acaso el crítico literario que mejor comprendió el alma romántica, por utilizar una expresión que le era cara (y habrá que reconocer que si lo hizo fue porque la suya lo era: la verdadera lectura es siempre lectura de uno mismo)– solía subrayar el carácter absolutamente vital, existencial, del acto de leer. No una actividad entre otras, no un quehacer marginal o, peor aún, meramente profesional. Esto, válido para cualquier lectura seria, lo es especialmente en el caso de los románticos, que exigen de sus lectores una auténtica afinidad interior. Autores como Novalis, E. T. A. Hoffmann o Gérard de Nerval no tienen simples lectores: tienen hermanos en el espíritu.

 

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